Los náufragos


El vaivén de las olas era tan continuo que consiguió despertarle. La cabeza le iba a estallar. Aquel oleaje era lo más parecido a estar en la mano de un gigante tembloroso. Entreabrió los ojos mientras todo un coro de gemidos y lamentos acentuaban lo dantesco de la escena.

Había una flota de botes salvavidas. En torno a diez personas podían caber en cada uno. Pero la mayor cantidad de supervivientes estaba dispersa, agarrados como podían a fragmentos de hierro, madera o quién sabe qué.

Los demás no lloraban, ni gritaban.

-Alba. Alba, cariño. ¿Cómo estás? Su hermano se le acercó procurando no perder pie ni desequilibrar la embarcación.

-Uff. Como si hubieran bailado un zapateado encima de mi cabeza.

-He temido por tí, Alba. Has dormido varios días. Incluso por las noches quería cerciorarme de que respirabas. ¿Recuerdas algo?

-Umm. Muy poco. Recuerdo el pánico, un barullo muy grande. Poco más.

-Casi mejor que no lo recuerdes. Ha sido horrible. Pero mira, te has despertado justo antes de que pase el barco rosa.

A Alba se le iluminó el rostro. -¿Nos van a recoger? ¿En serio? ¡Qué alegría!

-Bueno. Esto. Verás. El muchacho miraba hacia un lado y otro.

-¿Qué pasa Fernando?

-Mira. Te lo digo directamente. El barco rosa no nos recoge.

-¿Cómo?

-Eso es, que no nos saca de aquí. El barco rosa lo que hace es tirarnos bollos de pan y botellines de agua. Pasa un par de veces al día.

Alba consiguió sentarse. Su rostro reflejó el esfuerzo. Se echó el largo pelo castaño hacia atrás para que no le molestase en la cara.

-Me quieres decir… -Mientras hablaba, la incredulidad asomaba a su rostro y su tono de voz aumentaba. -¿Me quieres decir que estamos en medio del mar, en el mejor de los casos en botes salvavidas, los demás agarrados a trozos de quincalla, que por aquí pasa un barco con determinada frecuencia… Y que, a lo sumo, lo que hace es tirarnos pan y agua? Ohh. Elevar el tono de voz reavivó su cefalea. -Pero ¿Por qué diablos no nos recogen?

En ese momento se oyeron algunas voces de las barcas vecinas.

-¡Eh! ¿Qué dice esa?

-Lo que hay que oír.

-Perdón. Perdón. Fernando se apresuró en pedir disculpas y acto seguido le susurró a su hermana con enfado. -Haz el favor de no decir esas tonterías en voz alta.

-¿¿Cómooo??

-Que te calles y me dejes que te cuente la otra parte de la historia. -Carraspeó y continuó. -Has de saber que también el barco negro pasa por aquí todos los días…

-¿Y ese es el que nos recoge?

-Que te calles te digo. No. Ese tampoco nos recoge. Pero tampoco trae provisiones. Además, anteayer embistió a un bote del que solo quedan tres supervivientes y ayer a punto estuvo de arremeter contra otro. Suerte que se apartaron a tiempo como pudieron.

-¡Ya viene! ¡Eh! ¡Ya viene! Por aquí y por allá se empezaron a oír voces que jaleaban la llegada de un carguero atravesado por una gruesa línea rosa. En el momento en que el barco se acercó lo suficiente a los náufragos, nubes de pan y de botellines de agua empezaron a surcar los aires. Decenas de brazos se levantaron para intentar conseguir algo.

-Mira. Uno de aquel bote se ha caído al mar, pero ya lo recogen. Suele pasar. Fernando se había levantado a coger sendos botellines y sendos bollos. Se le veía avezado en la tarea.

No habrían pasado ni diez minutos cuando el barco continuó su marcha. Muchos de los náufragos volvieron a jalear y saludar.

-Por piedad, por piedad, dejadme subir.

Una mujer empapada se acercó al bote braceando y manteniéndose a duras penas encima de algo que parecía un trozo de la cubierta de la nave siniestrada.

Alba, con la cabeza aún dolorida, se esforzaba en ordenar sus ideas. Al ver a la mujer suplicando, le tendió la mano casi instintivamente.

-¡Quieta! Le gritó Fernando. Al oír una voz tan fuerte, muchos se volvieron a mirar.

-¿Qué? La incredulidad de Alba iba en aumento.

-Mira chaval. Intenta controlar a tu hermana. Comentó un hombre situado al final de la embarcación. – No sé que le pasa pero hace y dice cosas muy raras, y no estamos para bromas.

-¡Por piedaaad!

-Escuchame bien Alba. Si dejamos subir al bote a alguien más, volcará. Además – se acercó – dicen que estos cuando se suben, antes de que vuelque el bote, tiran al mar a alguno de los que están dentro para quedarse ellos en su lugar.

-Pero lo peor – añadió una anciana que estaba justo detrás- Es que están enfermos. Nos pueden contagiar.

-¡Socorrooo!

-¿Qué hacemos entonces? ¿La dejamos en el mar? ¿Es eso lo que me estás insinuando? ¿Qué la dejemos en el mar y que sea lo que Dios quiera?

-Sé razonable Alba. Que esta mujer esté así no es culpa tuya ni mía. No podemos subir a todo el mundo.

La chica no pudo contenerse y  alargó su mano hacia la mujer suplicante.

Mira niña, ya me he hartado. O sueltas a esa o te tiro yo al mar con ella. Espetó el hombre del extremo del bote haciendo ademán de levantarse.

Alba no se arredró. – Si tantos cojones tiene, vamos a hacer una cosa. Cuando vengan los barcos, vamos a exigirles que nos recojan.

Tu no eres más tonta porque no te entrenas. ¡Que nos recojan! ¿Eso que es? ¿Una genialidad? Ya veo que el dolor de cabeza que tienes debe ser de un golpe que te has dado.

Fernando se vió en la obligación de terciar. – Por favor, caballero. Tranquilícese. Y tú a ver si te callas.

Habrías preferido que siguiera inconsciente ¿no? Entonces ¿que propones? ¿Estar toda la vida en el mar aplaudiendo a barcos que van pasando echándote pan como si fuésemos palomas? Estoy segura de que eso que hacen es delito. Omisión de socorro. Criminales.

-Oye niñata. – ahora hablaron desde otro bote- ¿Qué tienes tú que decir del barco rosa? Gracias a ellos estamos vivos. Podías mostrar, al menos, un poco de agradecimiento. Pero nada, ni eso.

-Si. Es verdad.

-Que se calle la niñata.

-Digo. Llamar criminales a los del barco rosa. ¿Habrase visto?

En el barullo de aquellas voces una se alzó aún más.

-¡Cuidadooo! ¡El barco negro!

Aún estaba lejos pero su proa se asemejaba al rostro de un demonio. Todos los náufragos trataban de ponerse a salvo.

En un descuido de los demás, Alba cogió a la mujer que estaba en el agua, ya casi inconsciente y procuro meterla bajo su manta.

Susurró. – ¿Ves como no se hunde el bote?

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