El fabricante de palabras


Aquel inusitado empujón le robó completamente la alegría.

Lleno de gozo había bajado de la montaña mientras el brillo de sus ojos proclamaba que ya la Primavera se abría camino.

Haz el favor de no atreverte a llamar así a esta estación del año. Si, los osos adoramos el brillo del sol, el renacer de la vida, la invasión de las flores, poder despertar de la hibernación. Pero, recuérdalo Tobías, esto se llama Otoño.

Cuando superó la sorpresa, el joven oso inquirió;

-¿Otoño? ¿Cómo que Otoño?

-Sí. Ahora es Otoño. Lo dice el fabricante de palabras.

-Pero… ¿Por qué? Quiero decir… No entiendo...

-Si, si. Ven conmigo a escucharlo. Ya verás es un tipo muy sabio.

Ambos osos comenzaron a recorrer uno de los senderos del bosque que desembocaba en lo que podríamos llamar, su arteria principal. Una verdadera avenida flanqueada por enormes robles. La vegetación estaba claramente venida a menos y las hojas antaño verdes, cubrían extensas superficies de terreno tapizándolo en una mezcla distintos ocres y marrones.

Lo que a Tobías más le llamaba la atención era la cantidad de animales de distintas especies que se aglomeraban para recoger las hojas secas. Se decidió a preguntarle a Héctor.

-Oye ¿Y esto de recoger la hojarasca muerta? Esto es nuevo.

-Es para llevársela al fabricante de palabras. Y no se llama hojarasca. Afirmó con seriedad. -Son restos vegetales orgánicos.

-¡Vaya con el fabricante! Como sigamos así, me vas a decir que hay que pedirle permiso para respirar. O para ingerir oxígeno.

Héctor se detuvo con expresión de enfado. -No hables así. Es un gran tipo. Ya notarás que las especies del bosque están mucho más satisfechas ahora.

Tobías no lo podía evitar. Aquello no acababa de convencerle. Mientras seguían caminando volvió a preguntar:

A ver Héctor… Vale, muy bien. Ahora ha llegado un individuo que dice que a la Primavera hay que llamarla Otoño, a las hojas muertas, restos vegetales orgánicos, no sé cuantas cosas más… Me parece muy bien que todo el mundo esté más contento. Pero ¿no es un poco exagerado? Quiero decir; si alguna vez digo, «hojarasca» no pasa nada ¿no? ¿Tan importante es llamar Otoño a la Primavera?

-¡Parece que no entiendes! Te lo digo por última vez, Tobías, como vuelvas a usar esa anticuada expresión será la última ocasión que nos veamos. La tensión asomaba en la mirada de Héctor, mientras apretaba sus garras. -Así que si valoras nuestra relación de atención mutua, controla tu lengua.

Tobías se encontraba prácticamente en shock. Ni remotamente se había podido imaginar algo así. De manera que prefirió seguir caminando en silencio mientras intentaba digerir todo aquello.

Lo que no podía era dejar de observar. Miríadas de animales recogiendo restos vegetales orgánicos no pasaban desapercibidos. Pero había algo más. Por todas partes se observaban crías tristes, llorosas; cervatillos, oseznos, polluelos, …vástagos de todas las especies con expresión de hambre y soledad.

Tobías pensaba para sus adentros. -Recogen la hojarasca para el dichoso fabricante de palabras, pero ¡dejan a sus hijos desatendidos! ¿Cómo se puede decir que están «mucho más satisfechos» ahora? ¿Quién lo está?

-Héctor. Permíteme una pregunta. ¿Qué opina el rey Belor de todo esto?

-Pues ¿qué va a opinar? Está encantado como todo el mundo…¡Mira ya llegamos!

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El sendero se abría en una enorme explanada en cuyo centro destacaba una torre de rocas sobre la que descansaba un zorro de lustroso aspecto. Tobías no necesitó mucho más. -Seguro que ese es…el fabricante. Pensó.

A más baja altura. En una posición harto reveladora, aparecía el rey Belor. El anciano lobo elevaba su mirada hacia el zorro con una expresión devota que hablaba por sí misma.

Por supuesto. Colocadas en semicírculo alrededor de la torre, se acumulaban montañas de residuos vegetales que los animales traían sin cesar.

-¿Qué te parece, Tobías? Quiso saber Héctor. -Espléndido ¿Verdad?

-¿Quieres saber que me parece? Que veo un zorro que le dice a todo el mundo lo que hay que decir y lo que no, al cual todos le traen hojas secas, que él sabrá para que las utiliza, mientras el que supuestamente tiene el poder le mira con pleitesía -y no al revés- y hay una extendida creencia de un bienestar generalizado, mientras de los pequeños no se ocupa nadie.

El otro oso respondió casi sin pensar.

-Escucha bien cabeza de chorlito; todo el mundo está satisfecho. Y te digo otra cosa. Respiró. -El que no lo esté, siempre tiene la opción de restregar su barriga con alguien. Es la mar de placentero.

La cabeza de Tobías se sentía sobrepasada.

-¿Restregar su barriga con alguien?

-Eso es. Tenemos bienestar, y quien se encuentre mal, pues no tiene nada más que restregarse un poco. No sé qué te sorprende. ¿No te parece un sueño?

-Me parece una pesadilla. Respondió Tobías con claridad. -Ahora escúchame tú bien a mí pedazo de alcornoque. No sé cómo os han podido robar el cerebro a todos de esta forma, pero por mucho que os restreguéis la barriga, ¡los niños están solos y pasando hambre!

Una exclamación se iba extendiendo por la multitud que rodeaba la torre.

-¡Va a hablar! ¡Va a hablar!

El zorro cerró los ojos apretando fuertemente los párpados mientras parecía que convulsionaba como si fuese a entrar en trance. Fue entonces cuando una profunda voz salió de su garganta.

-A partir de hoy el bosque y sus animales, pasaremos a llamarnos; Comunidad ecosistémica.

Ya se escuchaban los aplausos y las ovaciones.

-Repetid todos; comunidad ecosistémica.

La comunidad ecosistémica que rodeaba la torre alcanzó la euforia colectiva. Héctor no permanecía ajeno y se desgañitaba con vítores. Su amigo se le acercó;

-Oye. ¿Cómo le llamaste antes a nuestra relación?

-Esto se llama, relación de atención mutua.

-Bueno. Pues para mí, sigue y seguirá siendo una amistad. Voy a ver cómo están los pequeños.

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